Peña Taurina Tendido 10

lunes, 23 de mayo de 2011

VICTORIANO DE LA SERNA



Paco Callejo, agradezco a tu pluma, el haber descubierto a un torero del cual se habla poco, pero que me dio piso para hablar un poco de él, con los más antiguos que están acá hace rato, y que supieron de él. Ayer cuando nos reunimos con la gente de la PT10 a ver la corrida de Madrid, fue una buena excusa para hablar de toros, lo que no se vio ayer justamente. Y claro hubo espacio para comentar de algunos toreros que si valen la pena, como fue Victoriano de la Serna.

Aquí lo de la Charpa del Azabache : http://lacharpadelazabache.com/2011/05/22/%c2%bfquien-fue-victoriano-de-la-serna/

¿Quién Fue Victoriano de la Serna?

Sobre el tapete de una España zarandeada de cantonalismo, lóbrega y obstinada, candeal y aldeana, irrumpió en el diorama taurino un hombre que vino a pergeñar con su esmerado buril la angosta sima en que se destilan los sueños. En medio de un escenario donde la herejía belmontina era mancillada por la mala digestión de los Lalanda, Ortega y Barrera, que habían convertido la lidia en un obsceno escorzo, La Serna vino a poner un pentagrama efusivo de armonías en adobo de una genialidad impuntual y veleidosa.


Encomendándose al azote de Triana, y con la retina contaminada de la verónica en que Curro Puya se abotargaba de eternidad, fue construyendo lance a lance, al socaire de una nebulosa onírica, el trazado sobre el que las musas balbucían el señuelo de un arte a deshora.

En aquel campo de Agramante, que no otra cosa era la Lidia allá por los años treinta del exhausto siglo veinte, el inspirado matador prendía de la eufonía de su capote la cruenta embestida de un toro ajeno a modismos y componendas, montaraz y bronco, indómito y desabrido. Su euritmia y afinación provocaban que el coloso en puntas se desbravara de campos y cercados claudicando en su embestida ante el magnetismo de unas telas por donde se filtraba el pulso de un artista en oración con su valor.

Eran tiempos heroicos en que la Tauromaquia, sin apearse de la Lidia, comenzaba a hacer trasbordo hacia el Toreo. Factor este que exigía un altísimo peaje en concepto de tasa, pues se experimentaba sobre el delgado alambre de una tragedia al acecho.

En ese contexto, Victoriano de la Serna supo que la utopía era cantón antojadizo y arbitrario al que se podía acceder a lomos de una quimera. De manera y modo que sin más bagaje que el tácito deseo de reivindicarse entorno al marco de un alma en llamas, enjaezó su propia fantasía y salió a los trigueños campos del cereal y el ángelus para impartir talento e inspiración. Como enervado y enfebrecido de una potencia creadora mecía el capote con la infusa fe con que blandiera su espada aquel manchego hidalgo al que tacharon de loco. Pero La Serna, según el decir de sus coetáneos, sabía soñar sin equivocarse…

Su arpado sentido de la elegancia bisbiseaba sobre el profundo rechazo que le inspiraban la mediocridad y la plebeyez. Se espoleaba sobre lo vulgar y lo bellaco, se enardecía ante lo adocenado y ramplón y se exaltaba en presencia de lo zamarro y zafio. Otorgó al Toreo, y este es legado de supina importancia, un precepto universitario desasido de lastres y tópicos. No en balde fue el más preclaro epígono de aquella generación literaria del veintisiete, por cuanto puso en liza sobre la arena los evanescentes poemas que hubiera trocado Federico por todo su romancero. Ignacio puso la intención, Victoriano el verso.

Treinta años después de la partida del genio se le ha vuelto a homenajear. Fue el pasado día doce de mayo, en la Plaza de Las Ventas. Al arrimo de su nombre, la sala cultural de la Plaza de Madrid reventaba en el empacho de su aforo. Una ponencia emotiva y palpitante, a ratos conmovedora y arrebatada, repujó los puntos cardinales del aura de su numen. Especialmente significativa la de su hijo Victoriano, quien con la garganta transida de lucidez, desde el tronante hondón de su reivindicativa interrogante -¿quién fue Victoriano de la Serna?- entonó la más vibrante y turbadora semblanza de aquel místico visionario que vino a poner un punto de categoría arrebolada al Arte del Toreo.

Mi tributo y admiración al imponderable torero sobre el que se sustenta todo mi basamento conceptual. A él y a quienes me lo revelaron como la incandescente forja en que se nutre el arte. A su mentado hijo Victoriano, a Javier y a Mariví, quienes tan considerados y amables fueron siempre para conmigo. Y, sobre todo, a los dos José Ignacio de la familia. Los dos más grandes aficionados y mejores toreros que he alcanzado a ver.

Ellos me permitieron vivir atardeceres en ese fastuoso predio en que el sol incendia la memoria, y a la noche se conjura el Toreo al arrimo de una chimenea donde cabezas de toros y fotografías de lances imposibles evidencian transitar sobre el milagro. En Hato de Garro sucede como en la arena pálida del poema de Gerardo, que la vida es sombra, y el toreo sueño.

Francisco Callejo

3 comentarios:

  1. http://ytuqueestabasbuscando.blogspot.com/2011/05/parque-nacional-de-cutervo.html

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  2. Me encantan las corridas de toros...... gracias por la información.

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  3. Las verónicas del maestro eran de frente,a el se debe el pase de las flores,bautizado así por el cuadro de Ruano Llopis.Excelente lo de Paco Callejo de La Charpa del Azabache.

    Aficionado de la Huerta Perdida.

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