Peña Taurina Tendido 10

jueves, 16 de septiembre de 2010

NAVALON Y LOS MIURA

Alfonso Navalón ya lo contaba hace unos años.
Reproducimos unos artículos interesantes de Alfonso Navalón, donde queda claro lo que es esta ganadería hoy en día.

Fuente: http://www.elchofre.com/chofre2006/

Matar la de Miura no le servirá de nada

Juan Diego debe tener otro futuro

No sé por qué los aficionados impresionables siguen obsesionados con el nombre de Miura cuando a esos toros sólo les quedan las cinco letras de la leyenda. Para el público son muy aburridos porque no tienen casta, viveza, emoción y además se mueven muy poco y se caen o flojean como cualquier vacada comercial.
La leyenda se acabó oficialmente el día de San Agustín de 1947. Ha pasado ya más de medio siglo desde la muerte accidental de ‘Manolete’, en la que tuvo poco protagonismo el célebre ‘Islero’, dos veces afeitado. La última (como consta en numerosos libros) se manipuló la misma mañana de la corrida). ‘Manolete’ era una ruina física y el nerviosismo de los médicos hizo el resto. Pocos días después Pepín Martín Vázquez recibió una cornada mucho más grave en Valdepeñas y anda tan orondo por Sevilla.
Como curioso contraste la ganadería borrega de Atanasio Fernández ha matado últimamente a dos toreros, Joaquín Camino y Manolo Montoliú, sin que a nadie se le pase por la cabeza pensar que los ‘atanasios’ son terroríficos. No me explico en qué puede fundarse alguien para mantener esta leyenda porque los ‘miuras’ suelen salir mansos y cobardones. Están a la defensiva más que al ataque y para colmo hace treinta años echaban en todas las ferias el mayor porcentaje de toros sin peligro cuando el difunto Eduardo Miura les echó a las vacas un toro cárdeno de Santa Coloma que recortó el tamaño y la arboladura de pitones dándole un poco más de movimiento.
Aquello pasó hace treinta años cuando el toro ‘Esparraguero’, lidiado en Sevilla por Adolfo Rojas, salió de ojo a los entendidos por su comportamiento completamente distinto a la tradición de la ganadería. Aquel refrescón hace mucho que perdió sus efectos y ahora ir a ver una corrida de esta divisa equivale a una garantía de aburrimiento por la falta de emoción, la media arrancada y la actitud reservona durante la lidia.
Ya os lo advertí en la pasada feria cuando la empresa incluyó en los carteles esta ganadería confiando en su supuesta fuerza taquillera para despertar el interés del público. Ya vieron lo que dio de sí aquel coñazo. Pero además se cumplió lo que vengo denunciando hace muchos años: Que estos ‘terroríficos’ semovientes se afeitan como los de cualquier ganadería. Normalmente el afeitado lo exigen las figuras. Como en los festejos de Miura sólo intervienen espadas de segunda o tercera fila, aquí no cabe echarles la culpa a las exigencias de los grandes apoderados.
Los dueños de esta ganadería son tan torpes que en vez de fomentar la tragedia que podía darles cartel tratan de evitarla por todos los medios. Ya vieron el escándalo de los pitones que salieron en Salamanca. Aquí no se multó ninguno porque nadie se atreve a desconfiar que un ganadero tan ‘prestigioso’ pueda meterlos en el mueco. En Francia, que son mucho más serios, ya lo han incapacitado varias veces por los abusos del afeitado y esta última temporada han vuelto a concederle el trofeo ‘Serrucho de Oro’. O sea, que la leyenda no tiene ya ningún motivo real para que sigan adjudicándosela.
Para un torero de segunda fila enfrentarse a una corrida de Miura equivale a una de las antiguas capeas donde encerraban los revoltosos moruchos de Guinaldo. De vez en cuando le sale algún toro con la misma embestida tontona y sin codicia de los clásicos moruchos. Como tuvo la suerte de que le pasara a Álvaro de la Calle con uno que ‘medio se dejó’ y el coraje del muchacho puso el resto. Debe tener ya muy poca importancia cortarle la oreja a un miura porque a nuestro torero no le ha servido de nada y ha tenido que empezar esta temporada desde cero.
Si eso fuera una hazaña (que casi lo fue) lo habrían llamado para torear en Madrid. Desengáñense: A Ruiz Miguel después de triunfar matando tantas corridas de Miura sólo le servía para seguir en los carteles de las corridas duras. A Manili le pasó lo mismo. Miura ya no consagra a nadie porque la leyenda es mentira y a la hora de la verdad sólo sirve para el mal rato que pasan los toreros desde que se ven anunciados en los carteles.
Ahora a nuestro artista Juan Diego han tenido el mal gusto de contratarlo para despachar miuras en Teruel. Supongo cómo se le habrán puesto las tripas al verse anunciado. Primero porque un torero de este corte es muy difícil que pueda acoplarse con esa clase de ganado a contraestilo. En el mejor de los casos puede salirle uno sosote y sin peligro que lo deje estar pero no podrá hacer la clase de toreo que acostumbra porque cuando el toro no tiene clase es imposible torearlo con la clase que atesora este torero.
No se trata de ninguna hazaña ni de un reto personal. Es lo que llaman los taurinos una ‘trágala’. El torero no puede rechazar ningún contrato y si hay que ir a Teruel a matar miuras no tiene más remedio que tragar porque en cualquier plaza puede surgir la oportunidad de un nuevo contrato. Pero ni Juan Diego, ni nadie en su sano juicio, se pone delante de esta clase de ganado donde lo probable es no estar bien. Y lo triste es que si corta orejas no le van a servir para nada porque estos moruchos han perdido ya toda su leyenda.
Tampoco esto le debe quitar el sueño. Matar una de Miura ya no tiene la menor importancia. No le van a plantear ningún problema que no vaya a solucionarlo con su experiencia. Que esté lo más decoroso posible y le dé más vueltas a la cabeza. Una tarde más en una feria de segunda. Si corta orejas, bien, y si no, con matarlos ya hace bastante. Juan Diego tiene otro porvenir más claro. Sólo le falta echarle un poco más de corazón.

El cuento de los Miuras

Álvaro de la Calle triunfó con el único manejable

Todos estos días de atrás a través de las retransmisiones por radio y en los coloquios os anticipaba que la terrorífica ganadería de Miura ya no quedaba ni la leyenda, porque hasta los más creyentes se han caído del burro padeciendo las insoportables tardes de aburrimientos de una divisa que sólo vive del nombre. Para colmo, las últimas corridas televisadas, como la de la feria de Bilbao demuestran que esto no tiene nada que ver con el toro de lidia y el cacareado peligro se limita a cabezazos aislados, sin celo ni codicia. Algo moscas deberían estar los aficionados salmantinos porque se registró la peor entrada de la feria.
O sea, que el atractivo morboso de las cinco letras ha dejado de existir y la gente ya se ha dado cuenta. Más de cincuenta años llevan viviendo de la leyenda a costa del pobre Manolete, muerto por accidente en Linares, por un torillo terciado que podía haber sido igual de Carlos Núñez o cualquier otra divisa comercial de las que imponía Camará.
Manolete estaba aquel año tan débil, tan deseoso de retirarse que lo pudo matar igual un traspié en la escalera o un empujón de una moto. Manolete era una ruina física aquel verano del 1947. Le había cogido gusto a los placeres de la vida y además estaba entregado físicamente al apasionante amor de Lupe Sino, por lo que su débil anatomía no aguantaba más. Quería irse al acabar la temporada.
Pero la ambición de Camará lo empujó a Linares, donde ‘Islero’ se encargó de rematarlo, y los médicos hicieron el resto con su nerviosismo al verlo con la femoral partida. ‘Islero’ no fue ningún toro terrorífico. Lo habían afeitado días antes en una plaza del norte y esa misma mañana, Domingo Dominguín, por orden de su hermano Luis Miguel, volvió a darle fiesta con la serrucho.
Desde entonces, Miura ha dejado de figurar en la lista de los toreros muertos. Todos los toreros caídos desde entonces han sido de cornadas comerciales, de toros suspuestamente bobalicones. O sea, que el cuento del Miura ya no es posible mantenerlo en pie. Sin emoción, ni peligro Estos animales de carne, sin las hechuras y proporciones del toro bravo, son feotes, zancudos, altos de agujas y con pezuñas de buey. Nada que ver con la finura del toro bravo.
Esta ganadería fue el capricho de un acaudalado sombrerero que quiso figurar en los carteles y compró una punta de vacas cerras, de esas que andan salvajes por los montes. Al principio tenían peligro, violencia y listeza. Ahora ya han visto que son unos armarios con cuernos que sandulean al paso alrededor de los toreros, pegando hocicazos. No sirven cara a hacer las faenas de sesenta pases que está acostumbrada la gente, porque a los treinta pases se ponen a la defensiva.
Tampoco sirven para la emoción o para asistir el tendido porque ya no se comen a nadie. Embisten como borricos y además salen muy flojones. Ayer se cayeron bastante y alguno fue muy protestado por su endeblez. El primero desarmó a Zotoluco en los medios y no hizo ni intención de perseguirlo. El tercero cogió de lleno a Álvaro de la Calle y se fue de largo buscando la puerta de los chiqueros.
El ganadero del oratorio Cuando un fabricante de coches quiere saber lo que tiene, asiste a las pruebas de velocidad y resistencia en los circuitos. Cuando un jamonero vende una camada le gusta comprobar lo que opinan los gurmets al servirlos en la mesa. Los Miura no se han acordado nunca de asistir a una corrida suya para tomar nota de lo bueno o de lo malo y tratar de mejorarlo.
El último Eduardo Miura me contaba en los años 60 que jamás había visto lidiar un toro suyo. Cuando llegaba la hora de la corrida se recluía en el oratorio para rezarle a la Macarena pidiendo que no le pasara nada a los toreros. O sea, que estamos antes una ganadería dejada en manos de la Virgen y como la Virgen anda ahora tan ocupada con las correrías de Carmina Ordóñez no cabe duda que esta ganadería está dejada de las manos divinas.
Cuando me contó estas cosas el viejo Eduardo en un hotel de lujo sevillano empecé a barruntar que la ganadería no tenía ni pies ni cabeza. Para empezar, no permitía la entrada en Zahariche de ningún periodista y le gustaba trabajarse el misterio. A pesar de nuestro excelente trato, jamás pude asistir a un tentadero. Le gustaba jugar al misterio. Pero no sé qué misterio puede haber en una ganadería para uno como yo, que he recorrido, vivido y toreado en cientos de ganaderías.

En Zahariche habrá cercado de vacas y de machos, como en todas partes, y aunque la plaza sea cuadrada la tienta se hará como en todas partes. Otro cantar será lo que se apruebe y lo que se deseche. A juzgar por los moruchones sosotes que vimos ayer, las tientas de Miura no deben ser muy exigentes porque llevan muchísimos años sin lograr que salgan de estos borriqueros y esos cabezazos que a los toreros no les sirven para rematar los muletazos ni dan emoción al público. Hubo una época lejana en que las grandes figuras mataban siempre una corrida de éstas en las grandes ferias.
Después le han puesto la cruz y las camadas de Miura han quedado para ciertos especialistas en regates y vueltas que las pasaportan con la técnica de las capeas, salvo las contadas veces que sale alguno con sosota nobleza y pueden hacerle faena. Sin salir de Salamanca ayer habría dado más juego y más emoción una buena moza del Cura de Valverde. Confieso que este detalle de la empresa por satisfacer la curiosidad de algunos signifique la despedida definitiva de esta moruchería en nuestra plaza.
Esto no tiene nada que ver con el toro bravo. ¡A por todas! No es cosa de ocuparse de Zotoluco y Padilla, dos valientes curtidos hartos de padecer esta divisa. Los dos hicieron lo que pudieron y salvaron con decoro el compromiso. El héroe de la tarde fue Álvaro de la Calle, que salió con una tranquilidad pasmosa y no se dejó vencer en ningún momento por la leyenda. Ya vimos cómo algunos banderilleros tiraban los palos despavoridos o pasaban en falso porque, repito, que la leyenda sigue pesando y sólo pronunciar el nombre se le encoje a muchos el corazón.
Álvaro salió toreando de capa con la decisión de dos largas de rodillas, luego a la verónica y después en un quite por navarras. O sea, que le había perdido el respeto y salía a triunfar como fuera. Estuvo cerca y confiado a pesar de la sosería del toro. Resultó cogido y otra vez al tentar a matar con agallas salió por los aires. No se amilanó. La vuelta al ruedo (creo que la única de toda la Feria) fue el preludio de la oreja del sexto. Un toro tontorrón que embestía sin brío y al que el chaval tuvo que echarle coraje y seguiridad para que la faena no resultara insulsa como el toro. El torero ha dicho que es preciso contar con él. Que está dispuesto. Adiós Y ahora a descansar.
Este año no voy a la Feria de Logroño, donde tantos amigos tengo. Ahora toca descansar de este trajín agotador de las crónicas, de radiar las corridas y de la tensión de los coloquios multitudinarios. Quiero agradeceros a todos vuestra fidelidad y esa generosidad de pasar las madrugadas escuchándome.
Anoche me desafió un tertuliano que si me esnifaba alguna raya de coca, porque si no es imposible que aguantara. Mi única droga ha sido una sola copa para refrescar la garganta en las casi tres horas de coloquio. Ahora me esperan las siestas largas y la buena vida. Y a ver si consigo poner sosiego en esa otra lidia difícil de andar por el mundo.

Miura, indicios de serrucho

Afirman que la corrida de Sevilla estaba afeitada

Después de haber visto tantas cosas por esas plazas, todavía me sorprendo que algunos críticos y nuevos aficionados se sorprendan de cosas que uno está harto a ver hace más de treinta años.
Entre las muchas indignidades que han pasado en la reciente Feria de Abril, el personal se rasga las vestiduras porque la corrida más roma de pitones y con más claras muestras de haber pasado por la 'peluquería' haya sido la del 'legendario y terrorífico' hierro de Miura, cuyo cartel lógicamente debería mantenerse a fuerza de seriedad y respeto. Que los toros den miedo. Al torero y al público.
Si a un manso de Miura le cortas los pitones, no es más que un buey pegando cabezazos. Resulta que Miura lleva muchos años afeitando y nadie se atreve a decirlo ni a creerlo. ¿Cómo Miura va a hacer esas cosas? Resulta que la semana pasada leí por pura casualidad una crónica de Javier Villán en 'El Mundo' y se escandalizaba de que la corrida ofrecía «evidentes signos de haber sido manipulada» y luego, en el texto, repetía que los toros salieron con los pitones escandalosamente romos.
Resulta que a medida que pasaban los días, testigos presenciales me cuentan lo mismo. También recibo llamadas de fuera, donde aficionados de toda solvencia se indignan que Miura se atreviera a afeitar tan descaradamente nada menos que en La Maestranza. Para colmo, el pasado jueves vinieron a verme a El Berrocal quince amigos ecuatorianos que después de ver la semana de Farolillos no me hablan de El Juli, ni de José Tomás, ni de Finito. Lo que más les impresionó fueron los escandalosos pitones de los miuras.
Entre ellos venían un ganadero y el periodista de mayor prestigio de Quito. Para que el lector se haga la idea de que eran gente documentada sabiendo lo que dicen y dicen, que si la corrida no hubiera estado afeitada hubieran ido a la enfermería varios toreros, empezando por Padilla, al que uno lo cogió por el cuello para matarlo. No lo vi. Porque ya digo que uno se cuida y siendo esta 'legendaria' ganadería lo menos parecido a un toro de lidia no me tomo la molestia de encender la televisión sabiendo el rato tan desagradable que voy a pasar viendo semejantes moruchos.
Aparte de que la triste historia de los toros afeitados de Miura es más vieja que la orilla del río, aunque algunos no se atrevan a decir lo que están viendo porque lo consideran un tema intocable. Pasa lo mismo con José Tomás. Como todo el mundo está impresionado con ese mito publicitario, nadie se atreve a señalarle defectos tan evidentes como su falta de temple y los innumerables enganchones de sus medios pases. Algo que si lo hiciera otro torero lo crucificarían. Lo mismo pasa con Miura y salvo algún crítico honrado o algún aficionado valiente, nadie es capaz de reconocer lo que está viendo. Porque la fiesta vive de los mitos. Y los mitos son intocables. Tiene que pasar mucho tiempo para que al personal se le caiga la venda de los ojos. Así pasó hace unos pocos años cuando conmemorando el cincuentenario de la muerte de Manolete, las televisiones nos ofrecieron reiteradamente sus mejores faenas. Los aficionados de ahora ante el testimonio aplastante de lo que estaban viendo no se explicaban cómo se seguía venerando a un torero con tantos trucos y tan ventajista. Antes de llegar el 'tomasismo', si a cualquier torero se le ocurre torear como lo hacía Manolete, el público lo habría rechazado. Pero a Manolete lo mató un Miura y eso lo salvó del olvido y de las críticas.
Desapareció la cabeza. Los verdaderos aficionados saben que el toro 'Islero' causante de la tragedia estaba afeitado ¡dos veces! unos días antes en San Sebastián, donde no llegó a lidiarse y otra la misma mañana de la tragedia a manos de Domingo Dominguín, entonces apoderado de su hermano Luis Miguel, que también toreaba aquella tarde en Linares.
Domingo Dominguín ha reconocido muchas veces ese hecho y siendo gran amigo mío me contaba los pormenores de una fechoría que sería objeto de otra crónica mucho más extensa y sorprendente que ésta. El lector sensato se dará cuenta que muerto Manolete, la cabeza del toro 'Islero valdría una fortuna para cualquier coleccionista y sería un trofeo importantísimo para conservarlo en cualquier museo.
Sin embargo, lo primero que hizo Camará fue hacer desaparecer la cabeza mientras a su torero lo operaban a vida o muerte. Imaginaos cómo estarían los pitones para que el apoderado del torero en medio de la tensión de la tragedia estuviera pendiente de quitar de en medio lo que hubiera sido vergonzoso contemplar. O sea, que las actividades serrucheras en los terroríficos pitones de Miura vienen de muy antiguo.
Ya ven que hay una prueba palpable de hace más de medio siglo. El gobernador de Burgos Los que se han tomado la molestia de seguir mis crónicas a lo largo de las últimas décadas recordarán una que se publicó en 'Pueblo' sobre el escándalo de una miurada en la feria de Burgos. Aquello fue tan exagerado que lo denuncié en grandes titulares exponiéndome a una querella por supuestas injurias porque Miura seguía siendo intocable.
Pero yo estaba seguro que no se atreverían a llevarme al juzgado porque contaba con el respaldo de una muchedumbre de aficionados que al terminar la corrida se agolpó para 'obligarme' a decir la verdad porque estaban dispuestos a ir de testigos donde hiciera falta. Lo más triste es que por la noche en el coloquio del 'Círculo Católico' se me echaron los carcas retrógrados encima y decidieron que no volvieran a darme coloquios en la capital de Castilla.
Diez años tardé en volver. También, como en Linares, las cabezas desaparecieron, pero esta vez por orden del gobernador, que casualmente era un amigo. Nada más llegar al hotel lo llamé para cerciorarme de que habían levantado acta y enviado los pitones a Madrid para la sanción. Cuál no sería mi sorpresa al decirme si estaba loco: «Siendo yo el gobernador cómo voy a consentir el escándalo que en Burgos han afeitado una corrida de Miura. Los pitones ya están en el basurero...». O sea, que a estas alturas sólo algún ingenuo y el vergonzoso silencio de los críticos más influyentes pueden ocultar la evidencia del historial del afeitado de los toros de Miura.
Ahora se han echado las manos a la cabeza los últimos espectadores de La Maestranza. Porque nadie comprende que un ganadero cuyo cartel se basa en la lejana tragedia sea tan torpe de cortar cuando lo rentable sería echar los astifinos como puntales para mantener el morbo. Atanasio Tanto es así que los borregos de Atanasio tienen en los últimos tiempos una leyenda más negra que la de Miura. Ahí están los casos de Joaquín Camino y Manolo Montoliú. Al hermano de Paco Camino, en Barcelona, y a Manolo Montoliú, en Sevilla. Joaquín Camino era un subalterno inteligente y prudente. Justito de valor, no hacía heroísmo y arriesgaba lo menos que podía.
Un supuesto borrego de Campocerrado, de los que exigen las figuras por su falta de casta y temperamento, le quitó la vida en un instante. El inolvidable Manolo Montoliú era un profesional completo, sobrado de valor y facultades. Con diferencia el mejor banderillero de los últimos tiempos y precisamente ejecutando la suerte en la que era un maestro, otro Atanasio le partió el corazón y llegó muerto a la enfermería. Mientras tanto, los 'terroríficos' miuras llevan cincuenta años dando topetazos de moruchos, sin que salga ninguno con la fiereza y el temperamento de un toro.
No es el peligro espectacular, es el comportamiento cobardón, cuyo cartel sólo mantiene una lejana leyenda y la psicosis del público y de los toreros. He visto muchos moruchos de media casta en las capeas con más emoción que los de leyenda negra. A Miura le ha ganado en cartel y dinero un cateto de Galapagar sin ninguna tradición ganadera, pero mucho más listo.
Si Victorino, que también fundamentó su cartel con el terror, cría ahora borreguitos dóciles y como es notorio les corta los pitones cuando se los torean las figuras,no es de extrañar que los miuras, muchísimo más torpes, practiquen también el fraude con el agravante del descaro de Sevilla. Es una vergüenza que a los ganaderos que nos matan las corridas las figuras no tengamos más remedio que afeitarlos si los queremos vender y que divisas como la de Victorino y la de Miura, que podían presumir de honrados echándolos en puntas, pasen por la humillación de cualquier mercachifle de Jerez.
Pero la triste realidad es ésa. Miura ha lidiado en Sevilla los toros más escandalosamente romos de toda la feria y cualquier borrego de Atanasio tiene más peligro que el cuento de Miura. Los hechos cantan y lo demás son ganas de contar mentiras.

1 comentario:

  1. ¡Así era Navalón,ponía a tomar el sol a más de uno,denunciando las trapisondas de la fiesta.!
    Sus verdades hasta hoy duelen,fue respetado por su independencia,rectitud y conocimiento.
    Porque criticar,en esencia,no significa ir en contra de algo;criticar es en si enjuiciar,evidenciando lo malo,o lo bueno.Es simplemente una puesta en valor,positiva o negativa;otra cosa es que coloquialmente se reduzca semánticamente a una especie de animadversión sobre una cuestión.
    La crítica de arte y taurina a grandes rasgos es:observar detenidamente la manifestación artística concreta;describir sus formas;remitirse a la historia del género artístico en particular,comparar y poner en valor según los citados referentes;y finalmente,y como reducto,atender al gusto propio del crítico.
    Es la expresión de un juicio de lo ocurrido,principal función,a la vez que orienta a los equivocados,educa a los entusiastas y enseña a los ignorantes.Los juicios de Navalón,siempre estuvieron implicados de conocimiento,inteligencia,ponderación y honestidad.Sin sentido crítico no hay posible avance hacia cualquier tipo de verdad.
    El hacía mención, que el auténtico periodismo taurino está en la crítica que es lo menos parecido a la publicidad taimada.(el sobre)
    P.D.La casta se puede entender como una mezcla de fiereza,movilidad,temperamento,bravura,picante,nervio y genio.Que el toro se arranque de largo,que no se caiga y transmita emoción.
    No voy a emporcar estas líneas,haciendo mención de la actual crítica taurina.

    Morería de Surco.

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