Fernando Botán captó al Che Guevara en la Plaza de Las Ventas de Madrid
Leonardo Páez
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El Che en una barrera en Las Ventas, el 3 de septiembre de 1959
Foto: bajada de Internet
El año de 1959 fue menos malo que otros para Ernesto
Guevara de la Serna. A principios de enero, la lucha revolucionaria del
Ejército Rebelde encabezado por Fidel Castro, a quien conoció en la
ciudad de México tres y medio años antes, había triunfado; a finales de
ese mes recibe al entonces senador chileno Salvador Allende; en febrero
es declarado ciudadano cubano por nacimiento en reconocimiento a los
servicios prestados a Cuba; el 2 de junio se casa con la combatiente
cubana Aleida March, y sólo 10 días más tarde inicia, sin ella, un
importante viaje que se prolongará hasta septiembre por Egipto, India,
Birmania, Tailandia, Japón, Yugoslavia, Sudán, Roma, Marruecos y Madrid.
A su regreso a la isla, a principios de octubre, es nombrado jefe del
Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de la Reforma
Agraria.
“Cuando le pedí que me llevara como su secretaria me dio
un ‘no’ rotundo. Ahí empecé a conocerlo de verdad. Me dijo que además de
ser su secretaria era su mujer, y que mi presencia a su lado habría
sido vista como un intolerable privilegio por parte de aquellos que no
podían viajar con los suyos”, comentaría Aleida.
Precisamente durante esa breve estancia en la capital española, el
Che fue
invitado a una corrida en el coso de Las Ventas, pues por su condición
de argentino de origen, rebelde por naturaleza y revolucionario por
convicción es difícil pensar que
motu proprio haya querido asistir al “reaccionario” espectáculo.
Guevara vivió en la capital mexicana de septiembre de 1954 a noviembre de 1956, años en que si bien
Los Tres Mosqueteros habían disminuido el tono de su esgrima, permanecían vigentes Fermín Rivera y
El Calesero, mientras otros empezaban a hacer ruido, como Jorge
El Ranchero Aguilar, Juan Silveti, Jaime Bolaños, Humberto Moro,
El Güero; Miguel Ángel y la sensacional dupla de
El Loco Amado Ramírez y Joselito Huerta.
“...
aquí pagan macanudo –le dice a su madre en una carta enviada desde
México en noviembre de 1954–, pues todo el mundo es fiaca [indolente,
desganado] pero no se opone a que otros hagan, de modo que tengo el
campo libre...”
En Madrid, los Fernando Botán, padre e hijo,
tenían desde 1957 una bien montada agencia fotográfica taurina cuyo
archivo ha sido parte esencial de la historia de la tauromaquia española
contemporánea, proveedora de diarios y revistas, anuarios, agencias
informativas y editoriales, y ganadora de numerosos premios y
reconocimientos.
El jueves 3 de septiembre de 1959 el comandante Ernesto
Che Guevara,
representante internacional de la triunfante Revolución Cubana, en gira
oficial por algunos países de Africa, Asia y Europa, no por la España
franquista, desde luego, enfundado en el uniforme verde olivo del
Ejército Rebelde y con su emblemática boina negra en la cabeza, asiste a
la monumental Plaza de Las Ventas, no a una localidad cualquiera sino a
una barrera de primera fila.
El
Che, con aquella su
mirada inquisitiva y desconfiada a la vez, percibe descreído una
atmósfera que por muchas razones no lo atrapará. A saber si la foto fue
tomada por Botán padre o hijo, si fue minutos antes de que comenzara el
festejo, durante la lidia de un toro o al término de ésta, pero todo
parece indicar que es la única imagen obtenida en esa ocasión. Por lo
demás, la mundialmente conocida fotografía de Alberto Díaz Gutiérrez,
Alberto Korda, será tomada seis meses después en La Habana.
Para
los buenos fotógrafos, la mejor pose es la que logra captar su
inspiración óptica. Botán tuvo el acierto de no pedirle al famoso
personaje que posara, sino que en su oportuno disparo congeló un gesto
tan sosegado como un bello lance y tan elocuente como un perturbador
natural.
El
Che ha colocado su chaqueta en el borde de la
barrera, la mano diestra descansa sobre el cable de contención. Entre
incrédulo y asombrado, intuye que aquello tiene más de teatro y menos de
tragedia, que los bordados en oro y las taleguillas no son de este
tiempo y que la auténtica bravura demanda otros escenarios.