Peña Taurina Tendido 10

martes, 25 de noviembre de 2014

La opinión de un grande sobre un mequetrefe


Fabulilla de la pena, penita que tiene La Lirio

'Somos Lirios, somos rosas, somos lindas mariposas...'
Alfonso Navalón.                                                             publicado en Tribuna en el 2002
Le hubiera gustado ser la maja vestida de Goya y ponerse una bata de faralaes y una peineta con mantilla de blonda para irse en un coche de caballos a ver los toros a la Real Maestranza. Pero la genética lo traicionó y nació mocito y serrano en las cercanías de Madrid. Además tenía aspecto de berebere, morenazo, con labios carnosos y nada esbelto.
Quiso ser arquitecto y estuvo diez o doce años en un Colegio Mayor de Madrid, tratando infructuosamente de aprobar el examen de ingreso. Pero ya digo que tenía problemas con la regla y una profesión donde los del cartabón y la escuadra son fundamentales, no iba a admitirlo sin tener ni siquiera la regla. Así que asumió su frustración alargando lo indecible su supuesta vida estudiantil más que nada por el goce de convivir con apuestos jovencitos del Colegio Mayor.
Dada su filiación falangista consiguió que lo nombraran 'jefe de estudios', invocando el nombre de José Antonio y gracias al amparo del Sindicato Español Universitario se buscó ese modus vivendi que le valía cama y comida. Y así se fue haciendo mozo viejo y quedándose paulatinamente calvo, al tiempo que echaba una oronda barriguita y se hacía ostensiblemente ancho de caderas. Lo de las caderas y el culote sandunguero no le preocupaba mayormente. Lo que la sacaba de quicio era la calvicie porque no podría cumplir el sueño de su vida de ir con peineta a La Real Maestranza de Sevilla.
A todo esto el personal no barruntaba que perdía aceite por un tubo. Era discreto, no daba escándalos y si pasaba algo, de puertas adentro, no había motivos para habladurías. Eso sí, cada vez que veía torear a Antonio Ordóñez se le abrían las carnes. Pero ya digo que era de origen pueblerino y no le resultaba fácil entrar en la corte de adoradores del ídolo rondeño. Así que fundó una peña taurina universitaria dentro del Colegio Mayor y organizó conferencias a tutiplén que era una astuta forma de justificar intelectualmente su mínimo salario como 'jefe de estudios'. Por la tribuna de aquel colegio desfiló la flor y nata de la crítica taurina de Madrid.
Invariablemente, al final de todos los actos se proyectaba un vídeo con las faenas más gloriosas de Antonio Ordóñez y así el mocito serrano de los labios morunos y el culo jacarandoso fue ganando prestigio como aficionado serio, cuando la gente poco entendida era de El Cordobés.
Pierden aceite...
Y como para escribir tampoco le exigían la regla, y como hasta un pobre diablo como Vicente Zabala juntaba palabras en periódicos importantes, se lanzó a la aventura de hacerse cronista y así tener más fácil el acceso al círculo de íntimos de Antonio Ordóñez. Su sueño era verlo vestirse de torero. Y sobre todo desnudarse. Así que, con el pan seguro en el colegio se lió a escribir de gratis en revistillas y hablar en emisoras de medio pelo para hacerse un hombre. Y mucha política. Sin renunciar a sus principios ultraderechistas, buscó cobijo junto a los ricos y los banqueros y sobre todo a los sexualmente afines que suelen formar una piña influyente.
¡Fijaos cómo están ahora las televisiones!
Y empezó a ir a las ferias con un gran sentido de trabajarse la hospitalidad y ahorrar las facturas del hotel. Pacientemente se fue creando una 'red de paradores' privadísimos. En casi todas las capitales encontraba a algún ambiguo adinerado que le daba cobijo. En honor a la verdad hay que destacar dos excepciones notables. En Bilbao recibió el apoyo de una señora millonaria, esposa de un banquero que para tenerla entretenida le regaló una ganadería de origen Atanasio. Quede claro que el magnate del Bilbao-Vizcaya está libre de toda sospecha en el terreno de los equívocos viriles. Tampoco en Salamanca su 'posadero' tiene nada que ver con las contracciones del esfínter. Porque nuestro cronista pasa la feria en el palacete montaraz del ganadero consorte más horrorosamente feo que cabe imaginar. Con deciros que los niños de La Fuente de San Esteban y de Martín del Río huyen despavoridos cuando lo ven, ya podéis estar seguros que no puede ser blanco de ningún atrevido con puntillas.
La toalla de Ordóñez
Así llegó a la corte de Antonio Ordóñez. Antes de seguir quiero aclarar que fui íntimo de Antonio Ordóñez y fuimos juntos a muchos sitios el último año que estuvo retirado. Incluso viví varios días en su finca de 'Valcargado'. Puedo aseguraros que era un tío de arriba abajo. Pero como todos los artistas tenía sus rarezas. Antonio sabía el atractivo que ejercía hacia los maricones y le gustaba jugar con ellos, darles celos, echarlos a reñir. Era una corte de aristócratas, capitaneada por un marqués de Valladolid y un conde navarro, amén de otro prócer francés que le cabía la Torre Eiffel por donde imagináis.
Cómo sería el pitorreo que se traía Ordóñez con aquella pandilla que hasta se llegó a mosquear su suegro el Dominguín viejo, el torero de Quismondo, padre de la santa de Carmina, la paciente esposa de Antonio y no menos paciente madre de la Carmina actual. Lo llamó un día para pedirle explicaciones. Ordóñez se partía de risa ante las sospechas del suegro: "¿No pensarás que soy mariquita?". Y el señor Domingo Dominguín le contestó con una frase que se hizo famosa en todo el toreo: "No serás maricón, ¡pero te los pasas más cerca que a los toros!"... Y a esta pandilla de adoradores llegó con la moral recrecida el soñador de crítico.
Le habían dado sitio entre aquel jardín. Y vio hecho realidad el sueño de su vida: ver desnudarse a su ídolo. Ordóñez, que no aguantaba a nadie a su lado cuando se estaba vistiendo de torero, en cambio disfrutaba sacándolos de quicio cuando lo esperaban a la salida del baño. Antonio salía solemnemente envuelto en una toalla y al llegar a la silla donde tenía ordenada la ropa de calle dejaba caer lentamente la toalla al suelo dejando unos instantes su cuerpo faraónico cosido a cornadas ante la atónita contemplación de sus más fieles seguidores, que lo devoraban con los ojos. Un día me dijo que si quería asistir al espectáculo. "Tú que eres tan observador ni te puedes imaginar lo que es eso".
Aquella tarde hizo un alarde en mi honor para darle más suspense de lo normal. Aquella tarde después de abandonar la toalla, en vez de empezar a vestirse como siempre, se recreó dando un paseo en pelotas hasta la mesilla para encender un cigarro. Luego se sentó en la cama, charló con todos de lo a gusto que había estado con el segundo de la corrida y hasta se levantó para dibujar un natural con sus vergüenzas al aire. Más silencio que en misa. Aquello era algo indescriptible. Luego me dijo que durante la temporada no usaba su coche para nada. Unos días viajaba en el Mercedes de Ardales y otro en el de La Unión. Ya podréis imaginaros que el primero que llegaba a la habitación para gozar con el numerito de la toalla era el frustrado arquitecto que no aprobó porque no tenía la regla.
Los ojos de Ava Gadner
Retirado el rondeño, nuestro personajillo se hizo seguidor de Paquirri, cuyo estilo era contrapuesto al de su ídolo. Pero así estaba más cerca de sus devociones. Luego pegó un 'rabotazo' y se convirtió en protector y adorador de Fernando Cepeda. Una noche en Sevilla, después de una buena tarde del torero de las pestañas largas, se reunió a cenar con otro cronista de ojos verdes y un concejal de Madrid también rarito de andares. No comentaron la faena de su torero como sería lógico. Proclamaron en su delirio que Cepeda era único. Que no se podía comparar con ningún otro porque "tiene las piernas de Antonio Ordóñez y los ojos de Ava Gadner"... A todo esto un malévolo cronista taurino de Madrid, que antes había hecho crítica de teatro en 'El Mundo', le dedicó un artículo a nuestro personaje relacionando sus 'características personales' con su apasionada forma de escribir sobre los toreros. Porque es curioso que mientras se deshacía en alabanzas y piropos con los diestros apuestos, mostrábase hiriente y durísimo con los poco agraciados o de maneras vulgares.
El cronista de 'El Mundo' le puso a nuestro personaje (iba a escribir hombre! Huy!) el remoquete de 'La Lirio' y ya nadie volvió a mentarlo por su nombre más moral. Se quedó con lo de La Lirio para los restos.
Pero La Lirio se reía de todos porque gracias a la protección de la millonaria señora del poderoso banquero de Bilbao, consiguió hacerse cronista de un importante periódico de la capital vasca. Y se pegaba la vuelta a España escribiendo crónicas en las ferias que eran de su agrado. Y como es ingenioso y ya he dicho que se ahorraba los hoteles y viajaba en coche ajeno casi siempre, al cabo del año juntaba una fortunita.
Hace poco en Valencia un antiguo concejal bilbaíno que es consejero de la plaza y al que llaman 'Averías' fue con Manolo Chopera a ver a Espartaco y se encontró a La Lirio desolado y sin trabajo. Lo habían echado del periódico y confesó que entre pitos y flautas se levantaba ¡seis millones! de pesetas todas las temporadas. Lo que no ganaba el fenicio Molés en 'Pueblo', ni el palabrero Fernández, en Radio Valladolid.
El caso es que esa forma de escribir de La Lirio que tan pronto perdía los pantalones ante la faena de un torero de su agrado como despotricaba contra el público por concederle orejas a uno que no le gustaba fue creando un clima de malestar entre la mayoría de los lectores del periódico de Bilbao y los consejeros empezaron a sopesar la conveniencia de quitarle la firma y darle puerta. Además olvidó su debido acatamiento a la señora millonaria y ganadera, a cuyos toros, lejos de cantar con el obligado entusiasmo, se atrevió incluso a sacarles defectos, olvidando la mano que le daba el pan.
Reina por un día
La gota que colmó el vaso del malestar de la empresa periodística fue su última intervención en la fiesta de entrega de premios taurinos del hotel Ercilla de Bilbao. Ahora La Lirio se ha hecho seguidor de Enrique Ponce como torero excelso y sin mácula. Se explica porque Enrique es un chaval majete. Dudo mucho que Ponce haga el numerito de la toalla, ni que tenga el sarcasmo de Antonio Ordóñez. Pero La Lirio lo sigue con fidelidad perruna.
El caso es que don Agustín González Bueno, como responsable del espectáculo (y sabe Dios con qué intenciones) ofreció los micrófonos a La Lirio. Así que viose allí con todo Bilbao a sus pies, creyóse que era la reina de la fiesta y empezó a desvariar en un discurso larguísimo que tuvo la virtud de exasperar a todo el personal. Y en vez de cortar a la vista de los pitos, murmullos y abucheos, se desahogó censurando la falta de exigencia y seriedad del público bilbaíno. Y allí fue donde decidieron echarlo del periódico.
Personalmente gocé durante mucho tiempo de su admiración, proclamándose lector fervoroso de mis crónicas. Luego, como quiera que atacaba a algunos de sus ídolos, mostróse hostil hasta que armado de valor me declaró la guerra abierta. Un día, en el hotel Colón de Sevilla, nos enzarzamos en una agria discusión. Y servidor con su natural prudencia cortó por lo sano: "Mira, morala de la morería, la diferencia entre nosotros es que yo veo a los toreros con los ojos de la cara y tú los miras con el ojo del culo"... Y rompimos relaciones hasta hoy.
Creo que ha sido una pérdida irreparable para la literatura taurina. Un personaje así resultaba de lo más vistoso en las ferias, aunque no se pudiera poner peineta por la calvicie. Y ahora tendremos que llorar su ausencia cantando la vieja copla marinera: "La Lirio, La Lirio tiene/ tiene una pena La Lirio/ y se le han puesto los ojos/ moraítos del martirio"...
Nota.- El personaje de esta historia es imaginario, nada tiene que ver con la realidad.
--- FIN ---
Por cierto, que José Antonio del Moral ha comenzado a hacer méritos ante vaya usted a saber quién, poniendo a parir a la afición de Madrid en su primera crónica de San Isidro 2002. ¡Y pensar que le conocí viéndole tocar el pito -perdón, el silbato- en la andanada 8!
Saludos a todos, menos a uno, y que La Fuerza os acompañe. 

4 comentarios:

  1. Navalon gran critico taurino de los 70 y 80 que vivio la transición, acido con sus cronicas exigente siempre, y puso a parir a los toreros, pero cuando fue ganadero la tortilla se le volteó y fue acusado de afeitado, el final de la historia no lo conozco bien pero creo que salió bien librado.

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  2. Qué genial! Solo he podido leer unas cosas sueltas del maestro Navalón por internet. Es una lástima que su libro Viaje a los toros del sol sea tan difícil de conseguir por aquí. Me lo compraría hasta en edición pirata. Por Internet no es fácil conseguirlo o es muy caro o los gastos de envío encarecen más su precio. Si alguien sabe dónde conseguirlo o, por lo menos, dónde se puede obtener una copia, avise, por favor. Por cierto, escribí a Del Moral para comentarle la vergüenza ajena que dio la última faena de Ponce en Lima, la de las dos orejas inexplicables; le hablé de los picos y el ventajismo y demás etc. aunque me respondió muy educadamente, sugirió sí, al final de su respuesta, que no merezco volver a ver a Ponce. Pese a este dañino apasionamiento final, parece ser una persona bastante cortés. Un saludo a la Peña 10

    J.T.
    Abonado del tendido 8 y amigo del 12

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  3. La tortilla la tienen volteada los seguidores de La Lirio.Cuando afeitó Navalón fue para demostrar que,el que no afeita no vende sus toros.Del maltrato de La Morala con un novillero colombiano por despecho,lo contaré otro día.Ja.

    D.C.S.

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  4. Noten la cólera que le tiene al Faraón,a los no guapos y a J.Tomás.Me imagino que debe ser por lo de no dejarlo entrar a la habitación cuando se visten de toreros.Eso a los de la cuerda de La Morala y seguidores es imperdonable.Así va la cosa.
    Down Town of Morropón City.

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