JOAQUIN VIDAL, Madrid 27 SEP 1987
La acorazada de picar estaba asesinando a los Victorino: terribles misilazos por los costados; sanguinario ataque con toda la potencia de fuego puesta al servicio de una carnicería que abochornaba y horrorizaba a los más duros de corazón. Y en estas que apareció Martin Toro, caballero sobre atontolinado jamelgo, para resucitar la suerte de varas.La suerte de varas estaba muerta, víctima de estos acorazados destructores, sin ley ni seso. Después de lo de Martín Toro, en cambio, ya no está tan muerta, porque el noble picador, disidente de la barbarie que reina en sus cuarteles, la hizo por derecho, tirando el palo delantero, sin barrenar, sin más castigo que el resultante del propio empuje de la fiera.
El público aclamó al noble picador, a quien Ruiz Miguel brindó el toro. La gente se intercambiaba convencidas argumentaciones sobre la razón del primer tercio y la sinrazón de que no siempre sea como Martín Toro hizo. Ahora bien, otras sinrazones enturbiaban la suerte renacida: el retorno de los fraudulentos manguitos, que pingajeaban astrosos bajo los petos; los caballos sin el precinto que garantiza han pasado el reconocimiento veterinario. Grave dejación de funciones del presidente, Marcelino Moronta, cuya misión es cumplir el reglamento, y para eso lo ponen en el palco. O quizá se ha creído que la Delegada del Gobierno lo convida allí, por su cara bonita.
Posiblemente al contratista de la cuadra y a quienes se montan encima les atemorizó el trapío de los Victorino; ejemplares de impresionante arboladura, ovacionados en cuanto aparecían por el chiquero. Por añadidura, ninguno dio síntomas de borreguez; antes al contrario, tenían casta -buena o mala, según los casos- y algunos verdadero peligro.
La corrida resultó emocionante de principio a fin; justo lo que esperaba el público, que abarrotó el coso. No iba a un acto social. Iba a los toros, al gran espectáculo de la lidia, que se construye sobre la verdad del toro de casta, serio, fiero, cornalón y en puntas. Y sobre la verdad de toreros valerosos, como ese Ruiz Miguel, jabato, que se fajaba con un primer Victorino, de perro sentido; que consentía derrotes, aguantaba coladas e intentaba conducir la indómita embestida. Con el reservón cuarto repitió los alardes Ruiz Miguel, torerazo.
Y ejerció de director de lidia, corrigiendo los errores en que incurrían los restantes coletudos. La mala lidia empeoró las condiciones de los toros y, aún así, los hubo nobles, como el segundo, al que Morenito de Maracay toreó con mucho alivio de pico, sin ligar, y sólo de vez en cuando sacaba algún pase de buena factura. También se los dio al quinto pero el Victorino escapó enseguida a tablas. No hubo acuerdo: mientras Morenito de Maracay quería torear -un caso de pundonor-, el Victorino quería irse de vacas -un caso de golfería-.
Tuvo asimismo nobleza el tercero y Mendes se embragueté en unos enjundiosos redondos. No hubo más pues, en realidad, no podía con la casta del toro. El sexto sólo le admitió un par de naturales excelentes, y cambió a peligroso. Antes había prendido Mendes un extraordinario par de banderillas por los terrenos de dentro, Morenito de Maracay otro al quiebro y también reunió estupendo el peón Montoliú. Tuvieron gran mérito pues el banderilleo no es suerte menor. En la lidia no hay suertes menores cuando se ejecutan en pureza, con ese estilo, o, mejor, al estilo de Martín Toro, varilarguero resucitador, noble disidente de la acorazada vil.
El público aclamó al noble picador, a quien Ruiz Miguel brindó el toro. La gente se intercambiaba convencidas argumentaciones sobre la razón del primer tercio y la sinrazón de que no siempre sea como Martín Toro hizo. Ahora bien, otras sinrazones enturbiaban la suerte renacida: el retorno de los fraudulentos manguitos, que pingajeaban astrosos bajo los petos; los caballos sin el precinto que garantiza han pasado el reconocimiento veterinario. Grave dejación de funciones del presidente, Marcelino Moronta, cuya misión es cumplir el reglamento, y para eso lo ponen en el palco. O quizá se ha creído que la Delegada del Gobierno lo convida allí, por su cara bonita.
Posiblemente al contratista de la cuadra y a quienes se montan encima les atemorizó el trapío de los Victorino; ejemplares de impresionante arboladura, ovacionados en cuanto aparecían por el chiquero. Por añadidura, ninguno dio síntomas de borreguez; antes al contrario, tenían casta -buena o mala, según los casos- y algunos verdadero peligro.
La corrida resultó emocionante de principio a fin; justo lo que esperaba el público, que abarrotó el coso. No iba a un acto social. Iba a los toros, al gran espectáculo de la lidia, que se construye sobre la verdad del toro de casta, serio, fiero, cornalón y en puntas. Y sobre la verdad de toreros valerosos, como ese Ruiz Miguel, jabato, que se fajaba con un primer Victorino, de perro sentido; que consentía derrotes, aguantaba coladas e intentaba conducir la indómita embestida. Con el reservón cuarto repitió los alardes Ruiz Miguel, torerazo.
Y ejerció de director de lidia, corrigiendo los errores en que incurrían los restantes coletudos. La mala lidia empeoró las condiciones de los toros y, aún así, los hubo nobles, como el segundo, al que Morenito de Maracay toreó con mucho alivio de pico, sin ligar, y sólo de vez en cuando sacaba algún pase de buena factura. También se los dio al quinto pero el Victorino escapó enseguida a tablas. No hubo acuerdo: mientras Morenito de Maracay quería torear -un caso de pundonor-, el Victorino quería irse de vacas -un caso de golfería-.
Tuvo asimismo nobleza el tercero y Mendes se embragueté en unos enjundiosos redondos. No hubo más pues, en realidad, no podía con la casta del toro. El sexto sólo le admitió un par de naturales excelentes, y cambió a peligroso. Antes había prendido Mendes un extraordinario par de banderillas por los terrenos de dentro, Morenito de Maracay otro al quiebro y también reunió estupendo el peón Montoliú. Tuvieron gran mérito pues el banderilleo no es suerte menor. En la lidia no hay suertes menores cuando se ejecutan en pureza, con ese estilo, o, mejor, al estilo de Martín Toro, varilarguero resucitador, noble disidente de la acorazada vil.
Gracias,pero no aportan mayor información sobre Martín Toro.Formó parte de la cuadrilla de cual matador,algo importante.
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