ANTONIO DUARTE "EL POTA"
LOS GRANDES SUBALTERNOS DEL TOREO
Fue al final de la feria de la Magdalena de Santander, en aquel año 47 de la España del Estraperlo y de "Manolete". Del legendario torero cuyo rostro era ya "muerte y sólo muerte", pues le faltaban dos días para "lo de Linares". Dos días para su cita en la ciudad minera donde le emplazaba "Islero" para celebrar con la Parca sus bodas de sangre en día de luto y lágrimas.Mientras se realizaban los preparativos para su último viaje, Manolo fue a pasear su soledad interior entre el bullicio del Sardinero, aún dolido por la injusta actitud de un público que quemaba hoy lo que había adorado la víspera, pues dos horas antes se había mostrado odioso con él durante una corrida que toreó como nunca. Entre la diforme marea humana que desfilaba ante sus ojos, distinguió de pronto a un hombre ya maduro. Lleno de presentimientos se dirigió a su encuentro,
-Perdone, don Antonio, nunca he tenido la ocasión de saludarle personalmente y no quisiera pasar esta oportunidad sin dejar de hacerlo.
Efectivamente, jamás la oportunidad de acercarse a aquel hombre que se llamaba Antonio Duarte, el "Pota" para los íntimos, se le volvería a presentar. Duarte, al que el torero más famoso de su época se honraba de conocer, fue una figura señera de la fiesta, uno de los mejores peones de brega de todos los tiempos. Banderillero por vocación jamás quiso ser matador, y por estirpe, su padre lo fue también. Vocación y estirpe, en feliz, conjunción, se citaron en la cuna de este torero nacido en Algeciras en la señalada fecha de 1900. Banderillero de ¡os que desempeñan un papel fundamental durante la salida como colaboradores de los espadas en función diferenciada de éstos.
"Manolete" con su saludo implícitamente lo reconocía así. Sintió en aquellos momentos de su angustia interna, cada vez más acentuada e inexplicable, la confianza y la seguridad de aquel hombre trascendía y transmitía a todos cuentos se le acercaban. Los maestros en cuyas cuadrillas figuró, conocían bien esa impresión securizante que se desprendía de su providencial capote.
Prácticamente todo empezó para Antonio un lustro antes de la auténtica escena que acabamos de relatar, es decir, hace sesenta y cinco años. Era la edad de plata del toreo. Una pléyade de grandes toreros fijaron para siempre con letras imperecederas las tablas de la nueva ley del toreo o mejor dicho de la Tauromaquia toda entera, legadas por Juan Belmonte. Los Granero "Chicuelo", Márquez, y "Niño de la Palma", precedieron a los "Gitanillo de Triana", "Cagancho", Félix Rodríguez, Manolo Bienvenida, Domingo Ortega, "La Serna" y Domínguez, todos artistas creadores, en ¡a brillantísima etapa que terminó con la guerra civil. No cito a un torero, el llamado joven maestro, pues en sabiduría le fue cien veces superior "Armillita" y en dominio otras tantas, Domingo Ortega, años veinte, aquel 11 de junio de 1925 en Sevilla. Repicaban alegres los veintitantos en las venas de Duarte, haciendo el paseíllo detrás de Juan Belmonte, "Algabeño" hijo, y "Niño de la Palma" que tomaba la alternativa tras fulgurante carrera de novillero. Efeméride importante para Antonio Duarte y Cayetano, pues si éste estrena borla de doctor, aquél debutaba en la cuadrilla fija del maestro de Ronda. Torero de arte grande pero de corazón chico, de Ronda de nacimiento, en oportuna expresión corrochista, pero de la tienda de zapatero remendón "La Palma" en La Línea de la Concepción, del Campo de Gibraltar, como Duarte. Porque allí fue donde de verdad Cayetana se hizo torero, el arte "jondo", profundo, de los desfiladeros de su ciudad natal y el sabor, olor y color de las tierras del Sur fueron los parámetros de su toreo.
Ya está en la arena el primer Félix Suárez de la tarde, un mozo, un toro de los de entonces. Con trapío, peso y casta. De su lidia depende, quizá, la carrera de un torero. Hace falla que alguien "descubra" pronto lo que ese toro tiene "dentro". Ese alguien se llama Antonio Duarte y siempre será así durante toda su larga carrera taurina. Poesía ese don tan raro de "ver" inmediatamente un toro. Inteligencia aguda de la lidia adecuada, del sitio y de colocación, y de cómo corregir los defectos. Muchos matadores le deben éxitos sonados. El ver un toro para su matador y dejárselo "a modo" para el triunfo estando siempre perfectamente colocado para el quite oportuno fue una de sus especialidades. La otra fue su arte con los gara-pullos. Su manera de andar de frente al toro, cuadrar en la cara con elegancia, sin alardes superfluos y colocarlos en lo alto, fue modelo en \u género Y no fallaban grandes banderilleros en sus tiempos Desaparecidos los Blanquel, Almendro y las demás figuras de la etapa de José, y Juan, alternativados "Maera" y Sánchez Mejías, circulaban por los ruedos "Magritas", "Rubichi", "Boni", Cadenas, David y otros que daban a la lidia de aquellos toros, una emoción y una calidad artísticas, que no tienen el equivalente hoy en día. Se establecían competencias entre ellos, hoy inexistentes ahogadas en la monotonía de la rapidez. del primer y segundo tercios La rivalidad de los dos "D" Duarte y David fue célebre y sonada como la anterior época de "Maera" y Mejías en las cuadrillas de Joselito y Belmonte.
En ese final de la primavera sevillana, el de Suárez parece impresionar a Cayetano, el gran torero de ánimo frágil, pero allí está Antonio, que escucha las primeras ovaciones al correr el loro a una mano por derecho. Una mirada al maestro y éste se tranquiliza, pues esta mirada significaba, "ahí lo tienes", el Toro es bueno y el triunfo en tus manos
Triunfo que si no fue rotundo esa tarde, lo sería poco después en Madrid, el día de la confirmación de manos de Luis Freg y lo lanzaría por los caminos de la fama que duro hasta su suicidio artístico, pues fue un extraño suicidio, que no un fracaso lo que retiró al "Niño de la Palma" de la circulación.
Duarte se Colocó luego con Manolo Bienvenida. Victoriano de la Serna, genio misterioso, imprevisible y fecundo, pues fue en su expresión creativa uno de ios diestros que más profunda huella han dejado en el toreo. Fernando Domínguez lo reclamó luego para si Otro artista de primera magnitud. Curiosa coincidencia de cómo este banderillero sólido, inteligente y valiente, era siempre contratado por artistas sensibles, pero de relajado valor, excepto en el caso de Domingo Ortega en cuya cuadrilla se integró después, Un conocedor, como Pagés, lo llamó para la última reaparición de "El Gallo", como dios tutelar de éste, pata suplir los seguros, más que los presuntos faltos del más genial de los toreros que parió madre.
Fueron los años más felices para "El Pota". Fama, prestigio, dinero, pues no en balde cobraba treinta duros más de aquellos tiempos que sus compañeros, y consideración y mucho conocer mundo, con infinidad de saltos del charco, de donde se trajo bastante "plata" y algunos diamantes de, también, bastantes quilates,
Vino la guerra. La guerra civil, la peor de todas: hermanos contra hermanos, derramando su propia sangre. Odios y envidias. Traiciones y denuncias. Una de éstas, hecho por la actitud poco gallarda de un torero en candelero, arruinado y amargado por el conflicto, fue a dar con los huesos de nuestro Antonio Duarte en la cárcel durante dos años. Por delito de intención o, mejor dicho, de coloración política. El no tenía la culpa de las ruinas causadas por la contienda, pero el odio de este espada le llevó a denunciarle ríe como hiciera con otros.
Dos años más tres de guerra, son pura la carrera de un hombre, de un torero, muchos años. Cuando salió de la cárcel, la "plata" se había evaporado y los diamantes fueran desapareciendo entre las manos de los usureros. Todos, excepto uno, el más grande, que enterró en uno de los numerosos tiestos de geranios de su modesta casita de la calle de Los Ríos, en Algeciras, y que nunca pudo encontrar.
Fue otro torero, Domingo Ortega, con el que había estado antes, quien le volvió a dar confianza en la vida y en la profesión. Retirado provisionalmente este, aún fue con Luis Miguel Dominguín, Rovira, "Litri", Aparicio y algunos otros más. Pero ya las fuerzas físicas declinaban y ¡as ilusiones también. Su época ve había pasado
y los años sucedieron a los años, cuino los tiempos suceden a los tiempos. Las espaldas se encorvaron un poco el andar se hizo más lento y pausivo, pero el empaque y el garbo torero aún lo conservaba.
Aún lo recuerdo poco antes de su óbito, ocurrido en el 84, impecablemente trajeado y blanco panamá en su bien poblada cabeza, en su casita de la calle de Los Rios, con sus ochenta años bien cumplidos, perdido en su soledad habitada de taurinos recuerdos, buscando entre sus tiestos uno que debía contener un diamante, quizás imaginario, de muchos quilates que probablemente jamás halló. Porque el verdadero es el que él atesoraba dentro la ciencia torera de uno de los más grandes subalternos que parió la tauromaquia.
EMILIO LOPEZ DIAZ
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